A lo largo de los siglos
Tomé la empuñadura de mi espada con ambas manos y la clavé en el suelo entre mis piernas. A mi lado sentado en el mismo banco improvisado se encontraba Phill, seguramente ajeno a mi presencia, con la mirada clavada en la tierra bajo sus pies y la mente demasiado ocupada en repasar momentos que ya habían pasado. Mi única preocupación en ese momento fue la de saber cuales eran aquellos recuerdos, aunque pronto me abandoné en mi propia cabeza a la deriva de un mar de incógnitas.
Me preguntaba cuánto más iba a estar allí, en primera fila de guerra, bañando las suelas de mis botas en sangre sobre la fría nieve cuando en algún lugar, a cientos de leguas reales* de donde reposaba mi espada, se encontraba mi propio hijo haciendo un muñeco helado, con su nariz de zanahoria y sus ramas por brazos. Imaginé a la mujer que allí dejé en una despedida de lágrimas horneando un delicioso pan con especias, colocando el mantel sobre la mesa y abrazando al pequeño travieso frente al fuego de la chimenea.
Pasé dos dedos a lo largo de la hoja del arma comparando el gélido metal con el recuerdo de las cálidas mejillas de ella, y fue entonces cuando los pequeños copos de nieve comenzaron a caer de nuevo.
Phill elevó la mirada y cogió uno con la mano.
- Te voy a decir una cosa, Seth - levantó su espada del suelo y la puso sobre sus rodillas -
En estos momentos creo que mi entrega a la patria se encuentra muerta.
- Mal hora has elegido, amigo, frente a nosotros el enemigo nos cortará la cabeza, y si volvemos nuestros pasos será el general quien lo haga.
- Lo sé, lo sé... Sólo quiero decir que si sigo peleando ya no es por el rey ni su bandera, ni siquiera mis tierras ni nuestros compañeros.
- ¿Entonces por qué? ¿Por qué echas a correr el primero a la señal de carga como si un demonio te poseyera?
Inspiró algo de aire y mientras lo soltaba negó varias veces con la cabeza. Esbozando media sonrisa trató de buscar en su maltrecho uniforme un pequeño bolsillo del que sacaría un colgante oxidado no demasiado bonito.
-
Una y otra vez, a lo largo de los siglos, las guerras suceden unas tras otras. Oro, tierras, poder, títulos, orgullo... Todo eso son los motivos de reyes y dirigentes para mandar a sus hombres a la muerte ¿pero sabes por qué lucha un soldado? ¿Sabes qué es lo que hace que yo, un humilde campesino, arriesgue mi vida para enfrentar al enemigo?
- ¿La fe?
- No, no estoy hablando de religión, no todos nuestros enemigos adoran a dioses distintos, ellos no son diferentes de nosotros. Están arriesgando sus vidas, a quién sabe cuánto de sus familias, y te aseguro que ellos aman a sus hijos tanto como amamos nosotros a los nuestros.
- ¿Entonces por qué luchas?
- Por amor, Seth ¿acaso no luchamos todos por ello? - Acercó el colgante entre sus manos a su labios y lo besó antes de guardarlo de nuevo, y supe que pertenecía a su mujer.
De nuevo nos distanciamos, cada uno en su mundo personal. Ya conocía qué tipo de recuerdos eran los que rondaban en su cabeza, y aquello sólo hizo que recordara con más fuerza la sonrisa a la que había jurado una vez mi amor, y aquella personita que había nacido fruto de nuestra unión.
Pude hacerme una idea exacta del motivo por el que Phill enfrentaba los ejércitos con la ferocidad de una bestia, y no se trataba de un demonio que lo poseyera, si no el de un animal acorralado que defiende a su manada. Me permití pensar en las familias de nuestros enemigos y en ellos mismos que en aquel momento también estarían comiendo un trozo de pan rancio añorando las cenas calientes y el contacto de aquellos a quienes querían.
Pronto volveríamos a la batalla, preparados para forjar nuestro futuro. Un futuro que no era de gloria ni de oro, sino uno humilde arropado entre mantas en la calidez del hogar, rodeado de la familia y del amor que nos une aún en la distancia.
Tomé la nieve como símbolo de cercanía, aquella misma que reposa sobre los caídos y aquella misma que caía frente la ventana de un niño, aquella misma con la que, con un poco de suerte, pronto haría un muñeco frente la puerta de casa para llenar mi corazón con la sonrisa de un niño feliz, con el abrazo de la mujer amada, con el alma llena del espíritu que siglos más tarde llamarían "navidad", pero que no es más que el recordatorio de aquello por lo que luchamos y vivimos; el amor.