Una mujer llamada Awka Liwen

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Una mujer llamada Awka Liwen

El torso vilipendiado en el amanecer arrasando la llanura, nadie vio lo que eso significaba. Cargaron el cuerpo y lo arrojaron sobre una mesa de mármol, frente a la multitud de nativos y curiosos en un enorme salón adornado como festividad, una parafernalia exitosa para exhibir el intento para nada vano de entumecer y atrofiar los músculos de la nueva maquinaria laboral. El doctor miró el cadáver y se animó a proferir ciertas palabras en código morse, mas tarde saldría a dar una conferencia en un idioma universal para ser entendido con mayor claridad. Así fue que escribió una sinfonía de guerra, usurpación y exilio, solo para dejar constatada la historia escrita con sentimientos realmente voluminosos en todo su fatídico esplendor. Las notas en yuxtaposición con otras notas, el delirio esquizofrénico de las melodías y la armonía de las cuerdas realzaban la bandera del progreso y el orden. A pesar de ser solo un simple doctor de leyes, gesticulaba con su cuerpo la euforia de esa sinfonía, como si por si solo o algún ser interno y supremo le diera los movimientos perfectos para la danza de su injusticia, aun habiendo sido una justa victoria. Su delantal de corbata y traje vaticinaba la dominación de una incierta ciencia, y sobre su potencial dominio se hallaba el wall mapu, los bosques chaqueños, la patagonia o, en si, la mayoría del territorio americano. No era él quien se escudaría detrás de la luz tenue de la luna para poseer en el anonimato, no era él quien se proclamaba artífice del engaño, solo asomaba la justificación del que pisaba mas fuerte, para redoblar la apuesta perdida o inundar los zaguanes de los desposeídos y recogerlos en su miseria para ser llevados a la máquina de picar carne y transformarlos en pobres ciudadanos.

A este engendro del demonio se le sumó otro mas, otro que declararía la muerte eterna de Awka Liwen, otro con delantal (blanco esta vez) y con mayor autoridad. No se animó nunca a tomarle el pulso a esa mujer, no podía tampoco reclamar una autopsia. Su deber, cual niño de parvulario, era una decisión ajena. Se arremangó, introdujo su sofocante aliento rancio en los poros, e insufló a la ley con la proclama de su merecida victoria. El engaño le carcomía la carne de los huesos, dolor que soportó solo unos minutos y terminaron en vómitos de sus órganos frescos al llegar a casa después de varias botellas de distintos licores. Escupio su higado, sus riñones, su corazón. Su joven mujer lo consolaba mientras le devolvía sus órganos y lo condenaba a sus espaldas con distintos amantes, pero sin ella hubiese terminado tirado solitariamente en la vereda de algún insulso cabaret. Realmente no había mucho que reclamar de ambos lados.

Hubo otro señor que apareció delante del cuerpo muerto de Awka Liwen reclamando atención, reluciendo su eclesiástico traje y una cruz invertida alrededor de su cuello. Sumergido en un ritual buscaba calmar el delirio de esa mujer muerta, que, muerta o no, no dejaba de ejercer paranoia en la mente de sus verdugos. Movilizando gestos con la mano, recitando palabras crípticas, su frente sudaba impotencia mientras veía, en sus sueños, a las masas acercarse al cuerpo caliente de Awka Liwen. En una psicosis progresiva que solo a él afectaba en ese salón, atinó a escurrirse como el humo al aire libre, un miedo que realmente no entraba en los cabales de nadie, pero bajo su pulcra fe, su amor extraño e injustificado y sus manos débiles no tenía con qué defenderse. Para la sorpresa de la mayoría de la gente del salón, este señor se llevó consigo, a la ciudad, a varios compañeros de Awka Liwen, aun temiendo recibir una puntada en su espalda propuso iluminar la senda vertical de aquellos desposeídos y bastardos terrenales que habían perdido todo. Su fe hacía posible la esperanza y la esperanza su religiosa pasividad y así un camino llano hacia la muerte. Enardeciendo espiritualmente proponía comprar sus almas para hundir y enterrar sus paupérrimos destinos, justificar la muerte simbólica de su vida terrestre mientras esperarían el 17 que su alma tomase tranquila desde camino hasta la facultad de abogacía o el 129 desde barrio marítimo hasta constitución para laburar a expensas de su sudor. Es que dios, o mejor dicho, el cura, no podía asegurar una vida material completa, pero ellos, espirituales por naturaleza, se sumergieron en la incertidumbre garantizados de sufrir el paraíso viviendo en el infierno. Su libertad se transformó en miedo y el miedo en esclavitud, dejando anonadadas todas las inquietudes en alcoholes baratos y legales, mas tarde en pastillas adormecedoras de las sinapsis liberadoras y mas tarde en pantallas cuadradas de la discordia social. Awka Liwen se revolcaba en su tumba mientras se fumaba un puro esperando su momento. Nadie, ni siquiera ella sabía si estaba muerta realmente y era mejor que nadie lo sepa. La certeza divulga soluciones absolutas y precisas, mientras que la incertidumbre deja atado al viento las posibilidades futuras. El lobo expectante para mordisquear la yugular del rebaño enmudecido, con una clara falta de coordinación ante la ignorancia y la falta de la bola mágica y el valor de su voluntad subyugado a la fantasía de vidas futuras y la resistencia al sufrimiento terrenal. Clarostá, el rebaño es rebaño porque alguien solo cerró la cerca tratando de imposibilitar el escape, de eso no hay dudas, es decir, enderezar un camino no significa forjarlo ni cercarlo absolutisimamente. El dolor es sumamente tolerable, Constantino siempre lo supo o, por lo menos, lo suponía y si ahora estaría vivo lo afirmaría y con él se forjarían monumentos en varias ciudades del viejo mundo de su imperial cara y su grandeza cristiana.

Los espectadores aplaudían el circo romano que se había forjado en ese salón con la muerte de Awka Liwen. Sonreían mientras posaban al lado del cuerpo ultrajado de aquella mujer, los chanchos rechinaban contentos bajo el lodo en algún hotel 7 estrellas de Punta Cana o Acapulco mientras esperaban la carne joven para satisfacer sus deseos mas repugnantes. Los cuervos se postraban atentos a apaciguar el posible quilombo que el tumulto de gente podía generar, pero no pasaba nada, nada de nada, Calfucurá había muerto hace rato y nadie se animaba a seguir sus pasos. Los mismos familiares de ella derrochaban lágrimas tanto como aplausos y se sumaban a la inmensa fila que seguía a ese ser pestilente con traje eclesiástico. El nivel de serotonina en sus cerebros dictaminaba el desencuentro profundo que iban a padecer por el resto de los días, aumentando la rabia mientras crecían mas y mas sus ansias de sometimiento. Se obsesionaban con la idea de dios, ahogaban su ansiedad en violencia irracional y su depresión en la droga que tuvieran a mano. Awka reposaba, por su suerte, con los ojos cerrados y no había humor para abrirlos y enfrentarse a ese abismo de sensaciones que atenuaba el fervor de su rebeldía, aún menos sabiendo que sus músculos ya no ejercían ningún tipo de fuerza, que su piel se iba desintegrando inexorablemente, que su voz ya no ejercía presión en el aire. Aunque no la hayan olvidado mientras sostenían la biblia en la mano, aunque hayan permanecido en alguna tierra pseudo ancestral que por falta de voluntad les fueron otorgadas para arrebatárselas por simple capricho o por algún interés material en un futuro, la pasividad hacia esa maquinaria enorme y purulenta no hacía mas que aumentar la profundidad de la casi inevitable caída. Mientras la comunidad despedía los restos de su amada compañera y se alistaba hacia el calvario de la senda del cura, una madre pierde a su hija antes de salir del salón. La niña introduce sus ojos al vacío y ciega camina hacia Awka Liwen. El salón ya estaba desolado y el cuerpo de esa mujer a punto de ser abandonado al viento y a la tierra. Los pies descalzos golpeaban sencillamente al piso mientras se acercaban al cuerpo muerto, pero en perfecto estado, de Awka Liwen. Se acerca, abre los ojos y los postra en las manos de ese difunto amanecer, una tristeza sumamente inconsciente le hirió los ojos y sus manos comienzan a moverse lentamente hacia el cuerpo muerto. Le levanta los párpados y la mira a los ojos, cierra nuevamente sus ojos (los suyos) y nota como una mano calurosa toca su mano. Sin abrir los ojos inclina su cabeza y esa mano toca su cara. La tristeza era mas grande que antes. Corriendo enmudecida vuelve a los brazos de su madre que no se había percatado prácticamente de nada.

Exiliando la conciencia por una intranquilidad abatida por el calor del cemento y la explosiva dinámica de los humanos-hormigas que caminan con la mirada perdida cumpliendo su objetivo de subsistencia, arrostrándose entre ellos para sofocar las ganas de descarga, la comunidad avanzaba a paso firme hacia el progreso y el orden. Formaban filas en el registro nacional de personas para obtener su número identificatorio, su nuevo nombre y su moralidad cristiana, había biblias económicas de sobra para regalar y repartir. La niña estaba inquieta, la ciudad parecía tener vida propia y un ritmo que la ensimismaba en una locura que no tenía modo de procesar. La madre ya no parecía su madre, su padre tampoco, los hermanos corrían y saltaban, miraban los enormes edificios y colectivos mientras ella se encontraba absorta con aquella mano calurosa y muerta que la había tocado antes. Mientras se iba escapando sigilosamente de su familia con los ojos cerrados, veía como se derretía el armazón de los coches. Seguía caminando con los ojos cerrados mientras escuchaba el silencio imposible de una ciudad caótica, los pocos árboles que había volaban y escapaban, los edificios gigantes, el congreso, las terminales estaban invadidas por la naturaleza, el verde succionaba su patética indiferencia. Terminó llegando a un camino parecido al que venía pero ella sabía muy bien que no lo era. Y en cada paso que daba, ya con los ojos abiertos, se encadenaba el amanecer a su rebeldía, pero esta vez ella no iba a estar atada a nada, ni a su origen, ni al fatídico destino urbano de sus ascendientes. No iba a enclaustrarse en la individualidad cerrada y absurda de su pueblo nativo, ni a enfrascarse en el multitudinario afán de fama y progreso de la ciudad. El amanecer afloraba conocimiento y el conocimiento, rebeldía.
 

DeletedUser1527

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Muy bueno me recuerda mucho a un libro que lei.. Laboratorio de Almas :p
 
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